sábado, 20 de marzo de 2021

Martillos y pantallas

 Una niña pequeña intenta ampliar el paisaje que ve desde la ventanilla del automóvil valiéndose de su dedo pulgar e índice como si se tratara de una tablet o un teléfono de pantalla táctil. Es evidente que llegada a determinada edad la niña tendrá clara la frontera entre lo virtual y lo real y no intentará cambiar el paisaje que ve simplemente deslizando su dedo, del mismo modo que no intentará coger con sus manos aquello que ve al otro lado de la pantalla. Sin embargo hay quienes ante este hecho —u otros similares— se llevan las manos a la cabeza, se mesan los cabellos y auguran un futuro apocalíptico de deshumanización total ¡Más libros y menos ordenadores! 

Quienes piensan así y tienen a los ordenadores por aparatos diabólicos que deforman la subjetividad e inteligencia infantil (y aún adulta) olvidan que el libro también es un medio tecnológico de comunicación y que la imprenta alimentada con motores que permitió la difusión masiva de los discursos fue también, hace no tanto, una innovación que había


venido a transformar las conciencias y las relaciones humanas. La propia aparición de la escritura vino a transformar nuestras mentes y nuestro mundo. Platón nos cuenta por boca de Sócrates en su diálogo Fedro un interesante mito sobre el dios egipcio Teut, inventor del cálculo y la escritura: Teut le presentó al rey egipcio Tamus sus inventos y alabó las aplicaciones y el bien que traerían a su gente. Cuando le tocó el turno a la escritura dijo: ¡Oh rey! Esta  invención hará a los egipcios más  sabios y servirá a su memoria; he descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener. Ingenioso Teut —respondió el rey— el genio que inventa las artes no está en el mismo caso que el sabio que aprecia  las ventajas y las desventajas que deben resultar de su aplicación. Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella sólo producirá el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; confiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos.


Si uno busca justificación de sus preferencias encontrará argumentaciones tanto para acercar la tecnología a los niños como para apartarles de ella. Hay escuelas que encuentran la panacea en el uso indiscriminado de ordenadores y otras que hacen desaparecer toda huella informática de los entornos educativos pues entorpecen el aprendizaje; como siempre los extremos terminan por coincidir formando un círculo vicioso moralizante. Del mismo modo encontraremos recetas que aseguran que los libros con ilustraciones son perniciosos para los neolectores o que los cómics y tebeos son una aberración que coarta la imaginación infantil, o que la televisión es un medio de embrutecimiento, o al contrario, una herramienta genial de educación. Este mundo —ya lo sabemos— está lleno de gente que sabe exactamente lo que los demás necesitan, muy especialmente lo que niños y niñas necesitan, así que cualquiera puede encontrar en el mercado aquellos discursos que respalden sus creencias o prejuicios. Quienes argumentan que las computadoras conectadas a la red no son más que una herramienta y que por lo tanto lo importante es lo que hagamos con ellas, los contenidos, y no el medio, si bien manifiestan una postura más ecuánime —no todos los libros son instructivos como no todos los juegos de ordenador son malos, por poner un ejemplo— tampoco aciertan del todo según la ecología de los medios de Marshall MacLuhan. 

El medio es el mensaje: esa es la metáfora que sirve de eslogan a las tesis del pensador canadiense. Todo medio de comunicación artificial es una extensión de nuestro medio natural; el cuerpo y sus sentidos. Pero toda extensión es también una amputación. Los medios abren posibilidades pero también cierran caminos. Los medios son prótesis que conectan emisores y receptores de un modo determinado. El medio no es inocuo, y los mensajes no existen independientemente de los medios por los que circulan y que los determinan. De un modo análogo la antropóloga Ashley Montagu afirmaba que en la enseñanza es el método, y no el contenido, el que constituye el mensaje: no son los conocimientos transmitidos los que educan, si no el modo, medio, de transmitirlos. De manera bastante ingeniosa Mark Twain nos decía algo similar: cuando llevas un martillo en las manos todo parece un clavo. 

Así que tanto los ecuánimes como los moralizantes tienen razón en parte y en parte están equivocados. Los medios sí conforman nuestra subjetividad y todo avance en las tecnologías de la comunicación ha sido tan determinante en la configuración de un mundo nuevo como los cambios en las fuentes de energía empleadas, pero lo que sea el mundo que construyamos dependerá de lo que hagamos con las posibilidades y limitaciones que nos ofrecen los nuevos medios (o las nuevas formas de energía); la red es tanto un sistema de vigilancia y control global como un sistema descentralizado de comunicación que permite que casi cualquiera sea emisor y productor de contenidos.

Los ordenadores y tabletas actuales son unos poderosos medios que permiten y posibilitan realizar al mismo tiempo un sin fin de tareas: mientras se edita un texto y se retoca una imagen para ilustrarlo se pueden buscar referencias en internet, escuchar música, consultar con personas al otro lado del planeta y descargar la última temporada de la serie que nos tiene intrigados. Y sólo son ejemplos. La gran diferencia de los ordenadores y su capacidad de conectarse a una red global con los medios que les han precedido – prensa y televisión - es que pasamos de ser meros espectadores a ser también actores; la interactividad es lo que les hace tan atractivos. Por supuesto las posibilidades a las que nos abre son muchas, y es lógico pensar que las amputaciones también. Pero la red está aquí, los ordenadores y smartphones están aquí, son ya parte del mundo. 

Los niños que han nacido en las últimas décadas son nativos cibernéticos de la era digital, su mundo nos es extraño, parecen moverse con una soltura misteriosa en el mundo virtual. Como en todo conflicto generacional podemos aferrarnos a un mundo en extinción o incorporarnos —críticamente— a la nueva era. Pero serán ellos y ellas quienes hagan el nuevo mundo con las posibilidades y limitaciones que les ofrece. Hasta entonces, los adultos somos los medios a través de los cuales los niños y niñas de hoy tienen acceso al mundo de la cultura y a los diferentes medios existentes: a los contenidos interactivos como a los libros, a las películas como a la música. Los adultos responsables de la educación de las criaturas somos medios, medios entre ellos y el mundo (real y virtual). Podemos elegir incluso no usar ordenadores o no ver televisión —podemos elegir que nuestros hijos no lo hagan—, pero no podemos elegir vivir en un mundo donde no existan estas cosas. 

Si tiene sentido convertirse en un activista contra las nuevas tecnologías – como los ludditas que destruían las primeras máquinas fabriles – es sólo porque ya están aquí. Yo sólo evitaría llevar todo el tiempo en la mano un martillo... hay tantas otras cosas que asir …

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